viernes, 1 de julio de 2011

VERANO 2011. PRENSA. "Desahucio", columna de Juan José Millás.

Juan José Millás
En "El País":

Desahucio
JUAN JOSÉ MILLÁS 01/07/2011

Los expertos llevan años asegurando que el precio de los pisos bajará. Y también que no bajará. Ahora toca que bajará, pero dentro de un mes que no bajará. Y si esperamos hasta septiembre volverá a bajar.
   Lo de los pisos vale para la velocidad en carretera, para los brotes verdes y para la fecha de las elecciones generales, por poner cuatro ejemplos, que en realidad son tres. La lógica y la democracia, que se inventaron en Grecia, han empezado a desmoronarse por Atenas. Pero lo importante es el diferencial de la deuda de aquí, al que le viene de perlas que Grecia se pegue un tiro en la boca. Mientras Papandreu apretaba el gatillo, los jóvenes eran apaleados sin orden ni concierto en la plaza de Syntagma. Otro atentado contra la lógica, si pensamos en el significado del término sintagma, y una cruz más para los profesores de lengua. Y para los de literatura, porque del mismo modo que se ha roto la sintaxis, se ha roto el relato. El capítulo titulado "Nuevo plan de ajuste" no tiene ni pies ni cabeza porque implica el desahucio entero de un país. Nos hemos presentado con nuestros agentes judiciales y nuestros guardias de la porra y les estamos poniendo los colchones en la calle. Quiere decirse que los griegos son ya turistas de su propio país, lo que tiene un lado bueno: quizá eso les ayude a descubrir la Acrópolis como los que vivimos en Madrid descubrimos el Guggenheim y, los que viven en Bilbao, el Museo del Prado. El mejor modo de conocer un sitio es no ser de él, y los griegos han dejado de ser de Grecia. Ahora son del FMI o de los mercados, esa versión contemporánea de los dioses. Gracias al sacrificio de la lógica y de la democracia griegas, los españoles podremos seguir siendo españoles (y quizá demócratas) durante un tiempo, el que decida Zeus. Por cada muerto de hambre en Atenas, sube un punto el Ibex 35.

ACTIVIDADES:
1. ¿Cuáles son las ideas principales? Enúncialas brevemente.
2. A partir de las ideas principales, con tus palabras, escribe un resumen.
3. Haz una breve valoración sobre lo que dice el autor (unas 15 líneas).
4. Di la idea (o función sintáctica) de las palabras y expresiones subrayadas.
5. Localiza las perífrasis verbales y di de qué tipo son.
6. Señala la ironía del texto y explícala.
7. ¿Por qué "mete" a los profesores de lengua y de literatura en el artículo?
8. Di el significado de las palabras y expresiones en negrita.
9. ¿Qué tienen en común las palabras en cursiva? Explícalo.

   Cuidad bien la expresión. Consultad en todo momento el libro, si lo creéis necesario. Cuando lo tengáis, me lo enviáis a mi correo del "Maimónides": os diré lo que tenéis que corregir.
   Buen verano.

jueves, 5 de mayo de 2011

PRENSA. Columna periodística para actividades

Maruja Torres

   En "El País":
Más asco
MARUJA TORRES. 5 MAYO 2011

   Nos hallamos inmersos en un ambiente moral caracterizado por el infantilismo más agudo. Ello explica los tres falsos debates abiertos en los medios a raíz del reciente ojo por ojo practicado a Bin Laden.
   Uno: fue justicia o fue venganza. Para que haya justicia tiene que haber una actuación judicial, una detención y un proceso. Fue venganza. Es cierto que un juicio de este tipo corría el peligro de provocar a los terroristas; pero los pequeños españoles nos arriesgamos a ello, juzgando a los autores del 11-M. Que no es justicia lo avala ampliamente el hecho de que, aparte de Barack Obama, esgrimen tal argumento los conocidos juristas Bush hijo y Aznar, que le ha mandado un telegrama al sucesor de su amigo.
   Dos: si es lícito utilizar cierto tipo de tortura en cierto tipo de casos. La respuesta es no y nunca. Aparte de que, en vez de echarle tanto sangriento teatro al asunto, les habría bastado, a esa plana mayor que se mordía las uñas viendo en directo el vídeo de la intervención de sus muchachos, con hacerle un poquito de extorsión al Gobierno paquistaní, buen conocedor de que Bin Laden se escondía en su territorio.
   Tres: ¿debemos ver o no las fotos? ¿Herirán estas nuestra sensibilidad? ¿Provocarán las iras de los fanáticos? Hablar de sensibilidad a estas bajuras del asunto me parece francamente obsceno; en cuanto a los fanáticos, bueno, puede que estén ya muy motivados por esa guerra y ocupación de Afganistán que tiene lugar desde hace 10 años, y que se declaró para buscar infructuosamente a Bin Laden; total, para finalizar teniendo que largarse, tras pactar con los talibanes.
   Es repugnante. Pero comprendo la alegría de los norteamericanos: como escribía ayer aquí Ariel Dorfman, han visto volar de nuevo a Superman sobre los heridos rascacielos de Nueva York.

ACTIVIDADES:
1. Resumen
2. ¿Qué tipo de texto es? ¿Por qué?
3. Define las ideas y palabras subrayadas en el texto.
4. Busca un ejemplo de ironía y explícalo.
5. Pon algún ejemplo de empleos coloquiales.
6. ¿Por qué la mención a Superman?
7. Busca alguna metáfora y explícala.
8. Escribe una breve valoración de las ideas del texto. (Si es necesario, escribe con oraciones lo menos complejas posible. Si tienes dudas en cuanto a las faltas de ortografía, acentuación y puntuación, consulta antes de entregar el trabajo. Repasa para comprobar que no repites ni ideas ni palabras, y que los conectores están bien utilizados.)

martes, 26 de abril de 2011

PRENSA. "Mal bicho, pero genial", de Juan Goytisolo. (Sobre Céline y Quevedo). Texto para actividades

Louis-Ferdinand Céline
En "El País":
Mal bicho, pero genial

JUAN GOYTISOLO 12/04/2011

   En un excelente artículo publicado recientemente en estas páginas (Los réprobos, EL PAÍS, 30 de enero de 2011), Mario Vargas Llosa comentaba la lamentable decisión del Gobierno francés de suspender el proyectado homenaje a Louis-Ferdinand Céline en razón de su odioso antisemitismo y su abierta colaboración con los nazis.
   Comparto enteramente su opinión: la extraordinaria empresa subversiva de Viaje al final de la noche y la infame labor panfletaria convivían en efecto en la misma persona pero importa deslindar una de otra. Una creación literaria de la hondura y alcance de la obra maestra de Céline no se sujeta a corrección alguna: brota como un volcán de luz incendiaria con su acompañamiento de escoria. En todos los países e idiomas hay infinidad de poetas y narradores de una corrección política y ética sin mácula, pero de mediocridad irremediable, y algunos que, como el novelista francés, aunaron el genio con un pensamiento y conducta absolutamente abyectos.
   No está de más recordar aquí que una obra "correcta" en todos los sentidos del término sería forzosamente didáctica y, por ello, ajena a la esencial rebeldía artística. Los escritores son seres humanos con diversos grados de nobleza y miseria y en la lista de quienes encarnaron esta última y dieron rienda suelta a los peores instintos de la especie a la que pertenecemos.
   Vargas Llosa menciona con razón a Quevedo. El autor de los más bellos sonetos de amor escritos en nuestra lengua y de una obra de la riqueza e inventiva verbal del Buscón era, desde el punto de vista de nuestra ética social y de la honradez exigible a una persona, un perfecto mal bicho. Si las alusiones a las narices atribuidas a los conversos y su horror al tocino se suceden a lo largo de la novela en unos capítulos de lectura sabrosa, sus poemas satíricos y burlescos (412 sin contar los que contienen hirientes befas de algunos de sus colegas) compendian un vasto muestrario de racismo, antisemitismo, misoginia y homofobia que no perdonan a nadie con excepción de los militares y de los curas de misa y olla.
   Las burlas de los negros, de los mulatos, de los moros ("Nacida en Morería / sin que tú puedas negarlo; / y si las moras son perras / de casta le viene al galgo"), de las viejas ("tumba os está mejor que estrado y sala; / cecina sois en hábito de harpía"), de las flacas, de las de baja estatura ("enana sois entre los pigmeos"), de sus odiados cristianos nuevos ("Aquí yace Mosén Diego / a Santo Antón tan vecino / que huyendo de su cochino / vino a parar en el fuego" -de la Inquisición, claro-"), de los sodomitas, casi siempre italianos ("Tú que caminas en campaña rasa / cósete el culo, viandante, y pasa"), etcétera, ocupan docenas de páginas de su extensa vena satírica. Y si de ésta pasamos a los Sueños, comprobaremos que su infierno poético está poblado de comerciantes, sastres, cirujanos, prestamistas y otros oficios propios en aquellos tiempos de las castas judía y morisca. Frente a la hornada de réprobos, Quevedo salva de la quema, como dijimos, a quienes profesan la carrera de las armas, la única noble y digna de un hidalgo español.
   En un extraordinario ejercicio de dicotomía, el autor de unas composiciones cuya lectura nos deslumbra con la precisa y bella evocación de la mujer amada se entrega sin rebozo en La hora de todos a la más abyecta misoginia: "Considérala (a la mujer) padeciendo los meses, y te dará asco, y cuando esté sin ellos, acuérdate de que los ha tenido, y que los ha de padecer, y te dará horror lo que te enamora, y avergüénzate de andar perdido por cosas que en cualquier estatura de palo tienen menos asqueroso fundamento". ¿Se puede ir más lejos en la aversión, oh cuán viril, del otro sexo?

   El Parnaso, tan sugestivamente descrito por Cervantes, ha sido siempre un semillero de odios, disputas y rencillas (genus irritabile vatum decían ya los clásicos), pero la saña de Quevedo con sus rivales supuestos o reales no admite parangón en nuestras letras. Sus décimas contra Góngora, a quien acusa de sodomía ("De vos dicen por ahí / Apolo y todo su bando / que sois poeta nefando / pues cantáis culos así") y de ascendencia judaica ("¿Por qué censuras tú la lengua griega / siendo solo rabí de la judía / cosa que tu nariz aun no lo niega?) resultan todavía más deleznables si se tiene en cuenta el escrutinio y acoso del Santo Oficio a los sospechosos de judaísmo y a los culpables del crimene pésimo. Quevedo vierte su malquerencia al cordobés ("Yo frotaré mis obras con tocino / porque no me las muerdas, Gongorilla") y, con el aplomo que le confiere su estatus de sangre limpia, arremete con su espadachín contra quienes detesta cebándose en sus defectos físicos, como al dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón. Los romances, décimas y letrillas del autor del Buscón no carecen de gracia, pero dicen muy poco a favor de la calidad humana de quien los perpetró.
   Con todo, el patrioterismo de Quevedo, ese español de casta que abominaba de cuanto es ajeno a nuestras más puras esencias, no obedecía únicamente a unos sentimientos viscerales de pertenencia a una gran nación cuyo declive advertía: su afán de hacer carrera en la corte y acumular beneficios no pueden pasarse por alto.
   Cuando Olivares, el mejor estadista de toda la dinastía de los Habsburgo, propuso el copatronazgo de santa Teresa con Santiago en una época de angustia nacional ante la inexplicable incomparecencia del último en el desdichado curso de la guerra de Flandes y el desastre de la Armada Invencible, el cabildo de Santiago, viendo en peligro sus privilegios, buscó una pluma que defendiera la causa del Apóstol y no halló otra mejor que la de Quevedo. La argumentación jacobea de éste no tiene desperdicio. Lo que Dios aprecia más, nos dice en Su espada por Santiago, es la victoria de sus ejércitos y ¿cómo puede una mujer ponerse al frente de ellos? El Apóstol, en cambio, prosigue, combatió en cuatro mil batallas y cortó personalmente la cabeza a once millones y quince mil moros. La deuda de la España católica contraída con él es inmensa y poco pesa en la balanza la virtud de la santa de Ávila.
   Si el cálculo exacto de batallas y moros muertos nos deja perplejos, la prueba del arribismo sin escrúpulos del poeta no le va a la zaga. Quevedo no fue un buen ajedrecista en el campo político como nos informa su biografía, pero no se paraba en barras en cuanto a su medro personal.
   Está hoy bien documentado que cobraba por sus informes de la Embajada de Francia y su exaltación nacionalista y católica no andaba reñida con el provecho de su bolsillo. Tan sólo esto lo distingue de Céline, poco atento al arte de hacer carrera. En lo demás comparte con él el genio literario y una conducta ignominiosamente vil y rastrera.

                        Juan Goytisolo es escritor.


ACTIVIDADES:
1. ¿Cuál o cuáles son los motivos por los que Juan Goytisolo escribe el artículo?
2. ¿Qué defiende el autor del artículo?
3. ¿Qué tipo de texto es? Razónalo.
4. ¿Por qué aparece Quevedo en el artículo?
5. ¿Cómo queda definido Quevedo?
6. ¿Qué característica esencial cree Juan Goytisolo que tiene la obra artística y literaria? Coméntala.
7. Resume el texto.
8. Nombra todos los tipos de poemas y/o estrofas que aparecen mencionados en el artículo.
9. ¿Qué obras de Quevedo nombra el autor del texto?
10. Busca el significado de las palabras y/o expresiones que no entiendas.
11. Escribe un breve texto en el que expongas tu opinión argumentada sobre la línea temática del artículo.
Juan Goytisolo

viernes, 15 de abril de 2011

FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS (1839-1915), fundador de la Institución Libre de Enseñanza. Elegía y descripción, por Antonio Machado

Giner de los Ríos

   El próximo miércoles 27, vamos a asistir, para celebrar el Día del Libro, a una mesa redonda sobre la figura de don Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza.
   Para "familiarizarnos" un poco con él, vamos a leer y comentar tres textos:

1) Sobre la Institución Libre de Enseñanza, sacado de la Wikipedia:
    Destacó como jurisconsulto y como pensador, pero será con la fundación de la Institución Libre de Enseñanza cuando salga a relucir el genial pedagogo que Giner llevaba dentro. Desde ese instante y hasta el final de sus días, don Francisco Giner de los Ríos se dedicará en cuerpo y alma a poner en práctica las líneas pedagógicas que definen la Institución: formación de hombres útiles a la sociedad, pero sobre todo hombres capaces de concebir un ideal; coeducación y reconocimiento explícito de la mujer en pie de igualdad con el hombre; racionalismo, libertad de cátedra y de investigación, libertad de textos y supresión de los exámenes memorísticos. En una palabra, una escuela activa, neutra y no dogmática, basada en el método científico, que abarca toda la vida del hombre y que pretende la formación de hombres completos, abiertos a todos los ámbitos del saber humano. Giner opuso la libertad a la autoridad

Antonio Machado

2. Don Antonio Machado describe a Giner de los Ríos:

   Era don Francisco Giner un hombre incapaz de mentir e incapaz de callar la verdad; pero su espíritu fino, delicado, no podía adoptar la forma tosca y violenta de la franqueza catalana, derivaba necesariamente hacia la ironía, una ironía desconcertante y cáustica, con la cual no pretendía nunca herir o denigrar a su prójimo, sino mejorarle. Como todos los grandes andaluces, era don Francisco la viva antítesis del andaluz de pandereta, del andaluz mueble, jactancioso, hiperbolizante y amigo de lo que brilla y de lo que truena. Carecía de vanidades, pero no de orgullo; convencido de ser, desdeñaba el aparentar. Era sencillo, austero hasta la santidad, amigo de las proporciones justas y de las medidas cabales. Era un místico, pero no contemplativo ni extático, sino laborioso y activo. Tenía el alma fundadora de Teresa de Ávila y de Íñigo de Loyola; pero él se adueñaba de los espíritus por la libertad y por el amor. Toda la España viva, joven y fecunda acabó por agruparse en torno al imán invisible de aquella alma tan fuerte y tan pura.

3. Para finalizar, la elegía que don Antonio Machado le escribió a su muerte:

A DON FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS
Como se fue el maestro
la luz de esta mañana
me dijo: van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?... Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan,
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!

Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
...Oh, sí, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas...
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.
                                      Baeza, 21 febrero, 1915

ACTIVIDADES:
1. Significado de las palabras y expresiones subrayadas.
2. Texto 1: similitudes y diferencias con la educación actual.
3. ¿Qué elementos descriptivos destaca Machado? ¿Qué tipo de verbos son los más usados? ¿Qué otra clase de palabras son las más comúnmente empleadas?
4. ¿Qué es una elegía? ¿Qué tipo de poema escribe Machado, desde el punto de vista de la forma? ¿Cuáles son las ideas principales? ¿Qué sensación intenta transmitir el poeta?

viernes, 8 de abril de 2011

SIGLO XVII. "DON QUIJOTE" Discurso de la pastora Marcela (primera parte, capítulo XIV)

La pastora Marcela, según el grabado de Gustavo Doré

   Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros.
   Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades?
   Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?
   Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido:
¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito.
   El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito aquél, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.

miércoles, 30 de marzo de 2011

PRENSA. "¿Qué tiene que ver Auschwitz con Bengasi?", por Moisés Naím. TEXTO PARA ACTIVIDADES

Moisés Naím

¿QUÉ TIENE QUE VER AUSCHWITZ CON BENGASI?
MOISÉS NAÍM 27/03/2011 (“El País”)

   ¿Qué hubiese pasado si en la II Guerra Mundial los aliados hubiesen bombardeado las cámaras de gas o las líneas de ferrocarril que llevaron a millones de inocentes a la muerte en Auschwitz y otros campos de exterminio? No se podía. No sabíamos. Hubiésemos distraído recursos de otros frentes. No era una prioridad estratégica. Estas son algunas de las respuestas que se le han dado a esta difícil pregunta. En Auschwitz fueron asesinados más de un millón de hombres, mujeres y niños.
   En Bengasi pudo haber pasado algo parecido. Claro que las magnitudes y circunstancias son muy diferentes. En Bengasi viven 700.000 personas y, de haber entrado las tropas leales a Muamar el Gadafi a cumplir la misión que les encomendó -"eliminar a las ratas grasientas"- seguramente no hubiesen asesinado a toda la población de esa ciudad. Pero el dilema es el mismo. ¿Deben otros países intervenir militarmente en una nación para impedir el exterminio de miles de inocentes? No lo hicieron en Ruanda, donde 800.000 civiles fueron masacrados en 1994, ni tampoco en Srebrenica, donde las fuerzas armadas serbias asesinaron en 1995 a 8.000 hombres y adolescentes bosnios.
   Estos conocidos episodios son relevantes para el debate sobre la intervención extranjera en Libia. A Barack Obama se le está criticando ferozmente tanto por haber intervenido como por haber tardado en hacerlo. Por haberse integrado en una coalición internacional, en vez de haber actuado unilateralmente. Por haber permitido que, en la etapa inicial de los bombardeos, los aviones y misiles norteamericanos tuviesen el protagonismo. Por haber intervenido sin saber quiénes son los rebeldes libios y cuáles sus motivaciones y alianzas. Por carecer de planes para una Libia pos-Gadafi. Por la hipocresía de actuar en Libia y no en Bahréin (donde EE UU tiene una importante base naval). Pero la crítica más fundamental a Obama es que la situación en Libia no afecta a los intereses vitales de Washington y, por tanto, es inaceptable gastar dinero y arriesgar vidas estadounidenses en ese conflicto. Ni siquiera el petróleo lo justifica, dicen los críticos. Libia extrae solo el 2% del total mundial, y Gadafi tenía excelentes relaciones con las petroleras extranjeras. ¿Y cómo termina esto? ¿Actuará EE UU, de aquí en adelante, como el gendarme mundial que interviene militarmente cada vez que un dictador masacra a su pueblo? ¿Lo haría en China, si hay una revuelta y el Gobierno la reprime como lo hizo Gadafi? ¿En Rusia o Venezuela?
   Detrás de estas críticas hay tres suposiciones básicas: la primera es que un jefe de Estado solo debe actuar cuando dispone de información completa y confiable. La segunda es que la consistencia y los criterios universalmente aplicables son posibles (y deseables) en las relaciones internacionales. Y la tercera es que los criterios morales no pueden tener mayor peso en el brutal mundo de las relaciones de poder entre países. Las tres suposiciones son erradas.
   Las decisiones importantes que se toman con una información completa y totalmente confiable son excepcionales. La norma es que los jefes de Estado actúen casi siempre sin tener todos los elementos, ya que el coste de esperar a tener información completa puede ser demasiado alto. Por otro lado, la consistencia en todas las actuaciones no es posible y, con frecuencia, es poco deseable. Por ejemplo: Estados Unidos hostiga a la Junta Militar de Myanmar por sus violaciones a los derechos humanos, pero recibe con honores a los mandatarios chinos. El doble rasero es obvio. ¿Preferimos entonces que, para evitar esta contradicción, Washington deje de presionar a los carniceros de Myanmar? ¿O que se agrave el conflicto con China? Todos los países que interactúan ampliamente con el resto del mundo se enfrentan a dilemas que no pueden ser resueltos tratando de ser totalmente consistentes.
   Finalmente, está el peso que se le da a la decencia en la definición del interés nacional. Exigir que la moral sea la guía única en la conducta internacional de los Estados es ingenuo. Los intereses económicos, militares y geopolíticos siempre van a primar. Pero tenerlos como único factor y olvidarse de lo que nos define como seres humanos es inaceptable. Defender principios humanitarios fundamentales también debe ser parte del interés nacional de todo país decente. Afortunadamente para los libios, en este caso prevaleció la decencia. Y no importa que lo que venga después de Gadafi también sea indecente. Es un riesgo que vale la pena correr.

ACTIVIDADES:
1. Resumen.
2. Ideas principales de cada párrafo.
3. Organización de ideas.
4. Tipo de texto.
5. Tema/Tesis.
6. Significado de las palabras subrayadas.
7. Algunos elementos lingüísticos que expresen subjetividad.
8. Breve valoración-opinión.

jueves, 10 de marzo de 2011

POESÍA. RENACIMIENTO. Fragmento de la "Égloga III", de Garcilaso de la Vega

Garcilaso de la Vega

Cerca del Tajo, en soledad amena,
de verdes sauces hay una espesura,
toda de yedra revestida y llena,
que por el tronco va hasta la altura,
y así la teje arriba y encadena,
que el sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido
alegrando la vista y el oído.


Con tanta mansedumbre el cristalino
Tajo en aquella parte caminaba,
que pudieran los ojos el camino
determinar apenas que llevaba.
Peinando sus cabellos de oro fino,
una ninfa del agua do moraba
la cabeza sacó, y el prado ameno
vido de flores y de sombra lleno.


Movióla el sitio umbroso, el manso viento,
el suave olor de aquel florido suelo.
Las aves en el fresco apartamiento
vio descansar del trabajoso vuelo.
Secaba entonces el terreno aliento
el sol subido en la mitad del cielo.
En el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba.


ACTIVIDADES:

   Aunque el fragmento esté compuesto por tres estrofas, y cada una de ellas tenga autonomía métrica, las consideramos como un todo significativo.

1. Delimita con claridad las partes descriptivas y narrativas (fíjate, de momento, en los verbos empleados: clasifícalos).
2. ¿Cuál de esas partes consideras que es más significativa (tanto a nivel cuantitativo como cualitativo?).
3. ¿Es importante lo anterior para indicar el tema del fragmento? Enúncialo.
4. Fíjate, a nivel lingüístico, en lo siguiente: elementos de la naturaleza en los que se centra el poeta; palabras y/o expresiones que sean típicamente descriptivas.
5. Busca las definiciones de las siguientes figuras retóricas: hipérbaton, encabalgamiento, metáfora, aliteración, onomatopeya. Localiza los hipérbatos del poema y fíjate -de manera razonada- en si entorpecen o no -y cuánto- la comprensión del poema. Localiza los encabalgamientos y di para qué sirven. Localiza las metáforas: ¿son muchas o pocas? ¿Son tópicas de la época? Localiza una aliteración y una onomatopeya: ¿qué características tienen?, ¿para qué sirven?
6. ¿Cómo se unen en el poema lo real y lo ficticio? ¿Qué tienen que ver con la época en que está compuesto el poema?
7. Tanto desde el punto de vista significativo como (y sobre todo) del lingüístico, comenta el ritmo y el tono del poema. Relaciónalo con la época.
7. Fíjate en la métrica de los versos y en la rima de cada estrofa; a partir de ese análisis, ¿qué tipo de estrofa es? Búscala en otros poemas de la época.
8. Por último, con todo lo visto en las actividades anteriores, haz un resumen y una valoración del poema.

viernes, 18 de febrero de 2011

TEATRO SIGLOS DE ORO. La mujer en el teatro

   El siguiente fragmento forma parte de un estudio mucho más amplio ( Mujer y empresa teatral en la España del Siglo de Oro. El caso de la actriz y autora María de Navas. Por Lola González, de la Universitat de Lleida) que podemos leer completo aquí.

   A grandes rasgos, la mujer, en la España del Siglo de Oro, se relacionó con el teatro de tres modos: como actriz, como empresaria teatral, desarrollando además su propia actividad teatral, esdecir, trabajando como actriz en su compañía, y como empresaria teatral pero sin desempeñar papel artístico alguno en la compañía.
   En la mayoría de los casos la vinculación de una mujer al oficio teatral dependía, sobre todo en la primera época de puesta en marcha de la actividad teatral, de su vinculación a una figura masculina, el cónyuge en caso de estar casada y el padre o tutor en caso de ser menor y soltera. Por este motivo nos encontramos con un número considerable de actrices que desarrollaron su actividad vinculadas a estas figuras masculinas, tal como, además, exigía la ley
en estos casos. Sin embargo, también tenemos constancia de la presencia de muchas mujeres en la actividad teatral que, aunque vinculadas también a algún familiar actor o autor, no consta explícitamente que desarrollaran una actividad propiamente teatral. A estas mujeres podríamos definirlas como "apoderadas", ya que es gracias al poder que su familiar les otorgaba por lo que éstas pudieron desempeñar su actividad esencialmente administrativa, en el ámbito del oficio teatral que su familiar masculino desempeñaba. En virtud del poder que recibían, pues, dichas mujeres desempeñaban diferentes funciones en nombre de su familiar, como por ejemplo la de obligarse con mercaderes, arrendadores y otros actores. Al poseer únicamente datos relativos a su faceta administrativa más que propiamente teatral, no podemos afirmar, obviamente, que dichas mujeres fueron actrices.
   Uno de los casos más ilustrativos, entre los muchos que tenemos documentados sobre estas mujeres "apoderadas", es el de Catalina Hernández, mujer del autor de comedias Gaspar dePorres, de la que poseemos muchos datos, aunque de ninguno podemos deducir que ejerciera
como actriz. De hecho, en todos los datos que de ella se conservan (y que van de 1591 a 1625) se evidencia que Catalina Hernández participaba en la actividad teatral del marido, pero sólo encalidad de su apoderada y nunca como profesional de la escena.
   Además de estas mujeres que sólo participaron en la faceta administrativa o económica de la actividad teatral, desempeñada oficialmente por el cónyuge o padre, hubo otras que en parte o casi exclusivamente protagonizaron la escena como actrices y/o como autoras o empresarias teatrales. Este es el caso, entre otros muchos documentados, de María de Navas, actriz que desarrolló una intensa y exitosa carrera teatral gracias a su buen hacer en las tablas. El hecho de que fuese llamada en varias ocasiones para trabajar en Madrid a las órdenes de autores de prestigio como Rosendo López de Estrada y Juan Bautista Chavarría, o que formase parte de la compañía de Agustín Manuel de Castilla durante casi una década, así como el que interviniera en la representación de algunas de las obras de los más ilustres dramaturgos del momento, Calderón, Cubillo de Aragón, Bances Candamo, y frecuentase, en calidad de representante, los escenarios palaciegos y los corrales madrileños, son pruebas evidentes de su talento artístico. Por otra parte,su actividad teatral no se limitó a la capital de la Corte castellana sino que representó en lugares claves del itinerario dramático de la época: Valencia, Barcelona y Lisboa, entre los conocidos hasta el momento. Por último, fue su talento dramático, sin ninguna duda, el que la especializó en primeras damas, papel que representó casi desde los inicios hasta el final de su carrera artística.

 La incorporación de la mujer a la vida teatral.
   La incorporación de la mujer a la vida teatral, en España, tiene como fecha de referencia oficial el 17 de noviembre de 1587. Ese día y ese año, el Consejo de Castilla autorizaba la presencia de actrices en los escenarios. Con este decreto se levantaba la prohibición contra la actuación de las mujeres en las tablas que entró en vigor el 6 de junio de 1586 por iniciativa de la Junta de Reformación y en la que se ordenaba que "a todas las personas que tienen compañías de representaciones no traigan en ellas para representar ningun personaje muger ninguna, so pena de zinco años de destierro del reyno y de cada 100.000 maravedis para la Camara e Su Majestad". La autorización de 1587 permitía, como se ha dicho, la presencia de actrices en los escenarios, aunque limitándola con dos condiciones: la primera de ellas era que las actrices estuviesen casadas y fueran acompañadas por sus cónyuges; la segunda condición era que las dichas actrices siempre representasen en hábito de mujer. Significativo de la premura con la que actuaron algunos autores para reunir las condiciones necesarias a fin de poder volver a representar, y
hacerlo en conformidad con lo que se disponía en materia de teatro, es el caso de Jerónimo Velázquez. El 25 de noviembre de ese mismo año 1587, este autor otorgaba un poder en favor de su yerno Cristóbal Calderón para que en su nombre pudiera buscar en cualquier lugar mujeres casadas "representantas" que se incorporaran a su compañía, trayéndolas a su costa, y para acordar con ellas y sus maridos lo que el autor les tuviera que pagar por representar.
     Pese a que el decreto de 1587 fijara las dos condiciones mencionadas para que las mujeres pudieran representar, no siempre en la práctica dichas condiciones se respetaron. Muchos son los escritos de la época que se hacían eco del escándalo que ocasionaba para muchos el que la actriz continuara en escena y, en los años siguientes, otras voces se levantarían y otras prohibiciones se decretarían para sancionar a la mujer "vestida de hombre", y no pocos serían los casos de mujeres que, siendo solteras y mayores de edad, representarían a lo largo del siglo XVII, muestra todoello de que las leyes quedaban en papel mojado.
   Nuevas prohibiciones contra la representación de mujeres en escena se producirían sucesivamente. Por ejemplo, la que se decretaba en 1596 y que fue bastante duradera, ya que vino a coincidir con el cierre de los teatros por el luto debido al fallecimiento de Felipe II (1598). Se trata de la orden promulgada por el Consejo de Castilla, dirigida a "las Justicias del Reino" y fechada en Madrid, el 5 de septiembre de ese año.
   En 1600 el Consejo volvería a insistir en que las mujeres podían representar "andando en las compañías de las comedias con sus maridos o padres, como antes de ahora está ordenado, y no de otra manera". Estas oleadas de censura no pudieron expulsar de forma definitiva la presencia de la actriz de los escenarios, ya que esto significaría atentar automáticamente contra la esencia de un fenómeno teatral que se encaminaba ya hacia su pleno apogeo.
   ¿Pero cuándo se realizó efectivamente la incorporación de la mujer al oficio teatral? La primera fecha en la que tenemos documentada la participación de una mujer en representaciones teatrales se refiere a la década de 1550. La mayoría de los documentos que poseemos en esta década se refieren a representaciones para el Corpus en las que la presencia de la mujer se limitaba a los bailes y cantos. Sin poder entrar en detalle diré que la incorporación de la mujer al oficio teatral se realizó realmente de forma gradual y más lenta que en el caso de sus compañeros varones. La presencia de la mujer en la actividad teatral es gradual al avanzar el siglo XVII y se incrementa a medida que llegamos a finales del siglo.

jueves, 17 de febrero de 2011

TEATRO SIGLOS XVI Y XVII. CORRALES DE COMEDIAS

Los corrales de comedias
   Surgen en 1579 y suponen la estabilización de la práctica teatral, pues ésta abandona el espacio de la calle para recluirse en arquitecturas fijas. Los primeros y principales corrales de Madrid fueron el Corral de la Cruz y el Corral del Príncipe; ambos recibieron sus nombres de las calles donde respectivamente estuvieron situados.
   Las obras teatrales de la época (llamadas genéricamente comedias, aunque se trate de dramas, para diferenciarlas de los Autos Sacramentales) son especialmente apreciadas en Madrid, Sevilla, Valencia y Barcelona.
   Los corrales de comedias persistieron hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando fueron demolidos para edificar los teatros a la italiana, es decir, inmuebles de arquitectura renacentista, italianizante que se acomodaron al cambio de la naturaleza del teatro.
   No fueron arquitecturas construidas con el objeto de ser teatros; se aprovecharon los patios interiores de las casas particulares, que, por su disposición, formaban un espacio cuadrangular rodeado de fachadas interiores con balcones, rejas y ventanas. El corral de comedias era, pues, un solar descubierto en cuya cabecera se instalaba un tablado saliente con tejadillo que contaba con dos o tres accesos al escenario y dos balcones traseros en diferentes niveles. El primer nivel era considerado espacio escénico y el segundo normalmente se utilizaba para las tramoyas. También en un lateral solía encontrarse una cortina, que servía para mostrar las apariencias o descubrimientos de escenas efectistas, si la comedia las tenía.
   El amplio espacio frente al tablado se llama patio (de donde procede la actual denominación de patio de butacas). En las primeras filas se instalaban bancos sin respaldo para el público masculino y la parte posterior quedaba reservada a los mosqueteros, hombres que asistían de pie a la comedia y que gozaban del privilegio de gritar, arrojar objetos y hasta reventar la comedia si no era de su agrado. A los lados del tablado se instalaban unas tarimas a modo de gradas para los miembros de las clases más altas. Tras ellas estaban las rejas, balcones y celosías de las viviendas que constituían los aposentos y funcionaban a modo de anfiteatros y palcos. Los vecinos alquilaban estas ventanas a los altos cargos eclesiásticos o representantes de la aristocracia, lo que les permitía asistir a las comedias sin mezclarse con las clases bajas y evitando, además, ser reconocidos.
   Detrás de los mosqueteros, en la fachada del fondo opuesta al escenario y estrictamente separada del patio se encontraba la cazuela o jaula, el lugar destinado al público femenino, que era poco culto y extremadamente alborotador. Con el fin de aprovechar el espacio la figura del apretador tenía como misión empujar a las mujeres que se encontraban en la entrada de la cazuela para que cupieran más. Junto al espacio destinado a las mujeres estaban los alojeros, vendedores de frutos secos y aloja (una bebida popular a base de agua, miel y especias) que se consumían durante la representación. A principios del siglo XVII los corrales se municipalizaron, es decir, su gobierno pasó de manos de las Cofradías que los habían fundado con fines benéficos, a manos de los ayuntamientos. Cada municipio nombraba a dos de sus regidores comisarios de comedias para las pequeñas decisiones diarias. Aquellos aspectos más importantes pasaban al Consejo de Castilla, donde se tomaban determinaciones más trascendentes en nombre del rey.
   Los arrendatarios alquilaban los corrales para las representaciones y se encargaban de localizar a los autores de comedias (una especie de directores de compañías). El autor de comedias era una figura de suma importancia. Él se ocupaba de organizar la temporada teatral, contratar entre 8, 14 o más actores (profesionalizados desde mediados del siglo XVI), repartir los papeles, decidir la escenografía, velar por el estado financiero de la compañía y, en general, dirigir toda la producción además de, a menudo, actuar con ella. Los arrendadores solían adelantar cierta cantidad de dinero al autor de escenográficos de la puesta en escena.
   Igual que en la actualidad, los espectáculos teatrales se publicitaban. Para ello, la compañía realizaba una pegada de pasquines o carteles en sitios estratégicos como la puerta de los propios corrales o los postes de la Plaza Mayor u otros puntos igualmente concurridos.
   Los precios de las entradas se fijaban de acuerdo a las condiciones del arrendamiento y su alteración estaba penada. Tal es así que en 1665 se mandó que en la entrada de los corrales constase la lista de precios de las diferentes localidades (taburetes, bancos, banquillos, tarimones...). A modo orientativo, a principios del siglo XVII, una entrada costaba una quinta parte del sueldo diario de un obrador o, lo que es lo mismo, 20 maravedíes para un jornalero cuyo sueldo medio era de 162 maravedíes.
   Puesto que no existía el concepto de billete de entrada, el acceso al interior del corral resultaba complicado. En el momento de entrar se efectuaba el pago de una cantidad común y luego al sentarse se abonaba la diferencia según el lugar ocupado. Por el orden y el cobro velaban los alguaciles de comedias, oficiales de rango menor que asistían a todas las representaciones.
   Las comedias tenían una duración de tres horas y comenzaban a las dos de la tarde los cuatro meses de invierno, a las tres los cuatro de primavera y a las cuatro los días de verano, pues era fundamental aprovechar la luz del día, así como las horas más templadas cuando el frío arreciaba y las más frescas cuando el calor era intenso. La temporada teatral se iniciaba en Pascua e iba hasta Carnaval o Carnestolendas del año siguiente, dejando sin actividad la Cuaresma, época que las compañías dedicaban a la adquisición y estudio de nuevas comedias. Se cerraba desde el Miércoles de Ceniza hasta la Pascua de resurrección, aunque para no privar completamente al público de diversión suelen organizarse funciones de títeres. La temporada de verano era más floja debido a las altas temperaturas. Sin embargo, las comedias que comenzaron representándose sólo los días de fiesta, pasaron enseguida a ocupar jueves y domingos, y ya en tiempos de Felipe IV la demanda obligó a la representación diaria con un estreno casi diario también. A pesar de esta frecuencia, los llenos dificultaban la posibilidad de acceso al corral. La popularidad de las comedias y la enorme asiduidad de toda clase de gentes a los corrales generó una ingente cantidad de obras y autores de comedias, y provocó que aquellas obras que no habían sido concebidas para los corrales, como los autos sacramentales y las obras palaciegas, acabaran adaptándose para ser representados en ellos.
   En caso de que el espectáculo no guste al público, éste no tiene el menor reparo en silbar a los cómicos, o arrojarles frutas u objetos, llegando incluso a evadir la escena para lo que, pasan previamente por encima de los doctos y atribulados intelectuales de los bancos. Los espectadores del patio (llamados Infantería porque están de pie) también pueden intentar asaltar la escena porque determinada comedianta los entusiasme demasiado, o porque les haya gustado tanto la obra que quieran sacar a hombros los actores. Para que esto no se produzca con excesiva frecuencia los comediantes suelen tutelarse con Cofradías o Hermandades Religiosas, cuyos miembros, a cambio de una parte de los beneficios, ejercen de guardias de seguridad durante la función.
   Según la norma de implantada por Lope de Vega, el espectáculo empieza con una loa, un pequeño poema en el que el recitador se congracia con el público elogiando la belleza de la ciudad, al mismo tiempo que recita la introducción de la obra que se va a representar, presentando a los personajes y explicando su situación. La comedia en sí consta de tres jornadas (actos).
   Entre el primer y el segundo acto, para distraer al público, mientras se cambian los decorados, se representa un entremés, pieza cómica de una media hora de duración, en la que intervienen a lo sumo dos o tres personajes y que suele tratar sobre temas de actualidad. Muchas veces son improvisados a partir de los chismorreos de los Mentideros.
   Durante el segundo entreacto se hace un baile, a menudo de carácter exótico. Los bailarines van vestidos de indios, turcos, pastores griegos, etc. La música se hace con vihuelas, tamboriles, sonajas y arpas, y se cantan coplas referentes al argumento. El baile es muy celebrado entre la Infantería, pues les permite entrever las piernas de las bailarinas.
   Tras la última jornada de la obra se puede rematar el espectáculo con otro entremés, aunque lo más frecuente es representar una jácara o una mojiganca. La jácara es una representación parecida al entremés pero en la que los actores hacen el papel de pícaros o rufianes, y que se interpreta en el llamado lenguaje de germanía (argot propio de las gentes del hampa-conjunto de maleantes, los cuales, unidos en una especie de sociedad, cometían robos y otros desafueros). Una mojiganga, por el contrario, no es una forma de representación teatral, sino un desfile de personajes disfrazados grotescamente con motes colgados de sus espaldas.
   En vida de Calderón, estos característicos corrales de comedias concentraron una actividad teatral tan importante que en Europa sólo fue equiparable a la italiana.
                                           Imágenes del Corral de Comedias de Almagro
                                           Fuente

miércoles, 16 de febrero de 2011

NOVELA PICARESCA. "Lazarillo de Tormes". Tratado tercero

CÓMO LÁZARO SE ASENTÓ CON UN ESCUDERO Y DE LO QUE LE ACAECIÓ CON ÉL

     De esta manera me fue forzado sacar fuerzas de flaqueza, y poco a poco, con ayuda de las buenas gentes, di conmigo en esta insigne ciudad de Toledo, adonde, con la merced de Dios, dende a quince días se me cerró la herida. Y, mientras estaba malo, siempre me daban alguna limosna; mas, después que estuve sano, todos me decían:  

--"Tú, bellaco y gallofero eres. Busca, busca un amo a quien sirvas".
"¿Y adónde se hallará ése -decía yo entre mí- si Dios agora de nuevo, como crió el mundo, no le criase?
   Andando así discurriendo de puerta en puerta, con harto poco remedio, porque ya la caridad se subió al cielo, topóme Dios con un escudero que iba por la calle con razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden. Miróme, y yo a él, y díjome:
--Mochacho, ¿buscas amo?
Yo le dije: "Sí, señor."
--Pues vente tras mí -me respondió-, que Dios te ha hecho merced en topar comigo. Alguna buena oración rezaste hoy.
   Y seguíle, dando gracias a Dios por lo que le oí, y también que me parecía, según su hábito y continente, ser el que yo había menester.
Era de mañana cuando este mi tercero amo topé, y llevóme tras sí gran parte de la ciudad. Pasábamos por las plazas do se vendía pan y otras provisiones. Yo pensaba y aun deseaba que allí me quería cargar de lo que se vendía, porque ésta era propia hora cuando se suele proveer de lo necesario; mas muy a tendido paso pasaba por estas cosas. "Por ventura no lo ve aquí a su contento -decía yo- y querrá que lo compremos en otro cabo".
   Desta manera anduvimos hasta que dio las once. Entonces se entró en la iglesia mayor, y yo tras él, y muy devotamente le vi oír misa y los otros oficios divinos, hasta que todo fue acabado y la gente ida. Entonces salimos de la iglesia.
   A buen paso tendido comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba el más alegre del mundo en ver que no nos habíamos ocupado en buscar de comer. Bien consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, que se proveía en junto, y que ya la comida estaría a punto tal y como yo la deseaba y aun la había menester.
   En este tiempo dio el reloj la una después de mediodía, y llegamos a una casa ante la cual mi amo se paró, y yo con él; y derribando el cabo de la capa sobre el lado izquierdo, sacó una llave de la manga y abrió su puerta y entramos en casa; la cual tenía la entrada oscura y lóbrega de tal manera que parece que ponía temor a los que en ella entraban, aunque dentro della estaba un patio pequeño y razonables cámaras.
   Desque fuimos entrados, quita de sobre sí su capa y, preguntando si tenía las manos limpias, la sacudimos y doblamos, y muy limpiamente soplando un poyo que allí estaba, la puso en él. Y hecho esto, sentóse cabo della, preguntándome muy por extenso de dónde era y cómo había venido a aquella ciudad; y yo le di más larga cuenta que quisiera, porque me parecía más conveniente hora de mandar poner la mesa y escudillar la olla que de lo que me pedía. Con todo eso, yo le satisfice de mi persona lo mejor que mentir supe, diciendo mis bienes y callando lo demás, porque me parecía no ser para en cámara.
   Esto hecho, estuvo ansí un poco, y yo luego vi mala señal, por ser ya casi las dos y no le ver más aliento de comer que a un muerto. Después desto, consideraba aquel tener cerrada la puerta con llave ni sentir arriba ni abajo pasos de viva persona por la casa. Todo lo que yo había visto eran paredes, sin ver en ella silleta, ni tajo, ni banco, ni mesa, ni aun tal arcaz como el de marras: finalmente, ella parecía casa encantada. Estando así, díjome:  "Tú, mozo, ¿has comido?"-
--No, señor -dije yo-, que aún no eran dadas las ocho cuando con vuestra merced encontré.
--Pues, aunque de mañana, yo había almorzado, y cuando ansí como algo, hágote saber que hasta la noche me estoy ansí. Por eso, pásate como pudieres, que después cenaremos.
   Vuestra merced crea, cuando esto le oí, que estuve en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por conocer de todo en todo la fortuna serme adversa. Allí se me representaron de nuevo mis fatigas, y torné a llorar mis trabajos; allí se me vino a la memoria la consideración que hacía cuando me pensaba ir del clérigo, diciendo que aunque aquél era desventurado y mísero, por ventura toparía con otro peor: finalmente, allí lloré mi trabajosa vida pasada y mi cercana muerte venidera. Y con todo, disimulando lo mejor que pude:
-- Señor, mozo soy que no me fatigo mucho por comer, bendito Dios. Deso me podré yo alabar entre todos mis iguales por de mejor garganta, y ansí fui yo loado della fasta hoy día de los amos que yo he tenido.
--Virtud es ésa -dijo él- y por eso te querré yo más, porque el hartar es de los puercos y el comer regladamente es de los hombres de bien."
   "¡Bien te he entendido! -dije yo entre mí-. ¡Maldita tanta medicina y bondad como aquestos mis amos que yo hallo hallan en la hambre!".
   Púseme a un cabo del portal y saqué unos pedazos de pan del seno, que me habían quedado de los de por Dios. Él, que vio esto, díjome: "Ven acá, mozo. ¿Qué comes?".
   Yo lleguéme a él y mostréle el pan. Tomóme él un pedazo, de tres que eran el mejor y más grande, y díjome:
--Por mi vida, que parece éste buen pan.
--¡Y cómo! ¿Agora -dije yo-, señor, es bueno?
--Sí, a fe -dijo él-. ¿Adónde lo hubiste? ¿Si es amasado de manos limpias?
--No sé yo eso -le dije-; mas a mí no me pone asco el sabor dello. 
--Así plega a Dios -dijo el pobre de mi amo.
   Y llevándolo a la boca, comenzó a dar en él tan fieros bocados como yo en lo otro.
--Sabrosísimo pan está -dijo-, por Dios.
   Y como le sentí de qué pie cojeaba, dime priesa, porque le vi en disposición, si acababa antes que yo, se comediría a ayudarme a lo que me quedase; y con esto acabamos casi a una. Y mi amo comenzó a sacudir con las manos unas pocas de migajas, y bien menudas, que en los pechos se le habían quedado, y entró en una camareta que allí estaba, y sacó un jarro desbocado y no muy nuevo, y desque hubo bebido convidóme con él. Yo, por hacer del continente, dije:
--Señor, no bebo vino.
--Agua es, -me respondió-. Bien puedes beber.
   Entonces tomé el jarro y bebí, no mucho, porque de sed no era mi congoja. Así estuvimos hasta la noche, hablando en cosas que me preguntaba, a las cuales yo le respondí lo mejor que supe. En este tiempo metióme en la cámara donde estaba el jarro de que bebimos, y díjome:
--Mozo, párate allí y verás, cómo hacemos esta cama, para que la sepas hacer de aquí adelante.
   Púseme de un cabo y él del otro y hicimos la negra cama, en la cual no había mucho que hacer, porque ella tenía sobre unos bancos un cañizo, sobre el cual estaba tendida la ropa que, por no estar muy continuada a lavarse, no parecía colchón, aunque servía dél, con harta menos lana que era menester. Aquél tendimos, haciendo cuenta de ablandarle, lo cual era imposible, porque de lo duro mal se puede hacer blando. El diablo del enjalma maldita la cosa tenía dentro de sí, que puesto sobre el cañizo todas las cañas se señalaban y parecían a lo propio entrecuesto de flaquísimo puerco; y sobre aquel hambriento colchón un alfamar del mismo jaez, del cual el color yo no pude alcanzar. Hecha la cama y la noche venida, díjome:
--Lázaro, ya es tarde, y de aquí a la plaza hay gran trecho. También en esta ciudad andan muchos ladrones que siendo de noche capean. Pasemos como podamos y mañana, venido el día, Dios hará merced; porque yo, por estar solo, no estoy proveído, antes he comido estos días por allá fuera, mas ahora hacerlo hemos de otra manera.
--Señor, de mí -dije yo- ninguna pena tenga vuestra merced, que sé pasar una noche y aun más, si es menester, sin comer.
--Vivirás más y más sano -me respondió-, porque, como decíamos hoy, no hay tal cosa en el mundo para vivir mucho que comer poco.
   "Si por esa vía es -dije entre mí-, nunca yo moriré, que siempre he guardado esa regla por fuerza, y aun espero en mi desdicha tenerla toda mi vida".
   Y acostóse en la cama, poniendo por cabecera las calzas y el jubón, y mandóme echar a sus pies, lo cual yo hice; mas ¡maldito el sueño que yo dormí! Porque las cañas y mis salidos huesos en toda la noche dejaron de rifar y encenderse, que con mis trabajos, males y hambre, pienso que en mi cuerpo no había libra de carne; y también, como aquel día no había comido casi nada, rabiaba de hambre, la cual con el sueño no tenía amistad. Maldíjeme mil veces -¡Dios me lo perdone!- y a mi ruin fortuna, allí lo más de la noche, y (lo peor) no osándome revolver por no despertarle, pedí a Dios muchas veces la muerte.
   La mañana venida, levantámonos, y comienza a limpiar y sacudir sus calzas y jubón y sayo y capa -y yo que le servía de pelillo- y vístese muy a su placer de espacio. Echéle aguamanos, peinóse y puso su espada en el talabarte y, al tiempo que la ponía, díjome:
--¡Oh, si supieses, mozo, qué pieza es ésta! No hay marco de oro en el mundo por que yo la diese. Mas así ninguna de cuantas Antonio hizo, no acertó a ponerle los aceros tan prestos como ésta los tiene.
   Y sacóla de la vaina y tentóla con los dedos, diciendo: "¿Vesla aquí? Yo me obligo con ella cercenar un copo de lana".
   Y yo dije entre mí: "Y yo con mis dientes, aunque no son de acero, un pan de cuatro libras".
   Tornóla a meter y ciñósela y un sartal de cuentas gruesas del talabarte, y con un paso sosegado y el cuerpo derecho, haciendo con él y con la cabeza muy gentiles meneos, echando el cabo de la capa sobre el hombro y a veces bajo el brazo, y poniendo la mano derecha en el costado, salió por la puerta, diciendo:
--Lázaro, mira por la casa en tanto que voy a oír misa, y haz la cama, y ve por la vasija de agua al río, que aquí bajo está, y cierra la puerta con llave, no nos hurten algo, y ponla aquí al quicio, porque si yo viniere en tanto pueda entrar. 
   Y súbese por la calle arriba con tan gentil semblante y continente, que quien no le conociera pensara ser muy cercano pariente al conde de Arcos, o a lo menos camarero que le daba de vestir.
"¡Bendito seáis vos, Señor -quedé yo diciendo-, que dais la enfermedad y ponéis el remedio! ¿Quién encontrara a aquel mi señor que no piense, según el contento de sí lleva, haber anoche bien cenado y dormido en buena cama, y aun ahora es de mañana, no le cuenten por muy bien almorzado? ¡Grandes secretos son, Señor, los que vos hacéis y las gentes ignoran! ¿A quién no engañara aquella buena disposición y razonable capa y sayo y quién pensara que aquel gentil hombre se pasó ayer todo el día sin comer, con aquel mendrugo de pan que su criado Lázaro trajo un día y una noche en el arca de su seno, donde no se le podía pegar mucha limpieza, y hoy, lavándose las manos y cara, a falta de paño de manos, se hacía servir de la halda del sayo? Nadie por cierto lo sospechara. ¡Oh Señor, y cuántos de aquéstos debéis vos tener por el mundo derramados, que padecen por la negra que llaman honra lo que por vos no sufrirían!".
   Así estaba yo a la puerta, mirando y considerando estas cosas y otras muchas, hasta que el señor mi amo traspuso la larga y angosta calle, y como lo vi trasponer, tornéme a entrar en casa, y en un credo la anduve toda, alto y bajo, sin hacer represa ni hallar en qué. Hago la negra dura cama y tomo el jarro y doy conmigo en el río, donde en una huerta vi a mi amo en gran recuesta con dos rebozadas mujeres, al parecer de las que en aquel lugar no hacen falta, antes muchas tienen por estilo de irse a las mañanicas del verano a refrescar y almorzar sin llevar qué por aquellas frescas riberas, con confianza que no ha de faltar quién se lo dé, según las tienen puestas en esta costumbre aquellos hidalgos del lugar.
Y como digo, él estaba entre ellas hecho un Macías, diciéndoles más dulzuras que Ovidio escribió. Pero como sintieron dél que estaba bien enternecido, no se les hizo de vergüenza pedirle de almorzar con el acostumbrado pago. Él, sintiéndose tan frío de bolsa cuanto estaba caliente del estómago, tomóle tal calofrío que le robó la color del gesto, y comenzó a turbarse en la plática y a poner excusas no válidas. Ellas, que debían ser bien instruidas, como le sintieron la enfermedad, dejáronle para el que era.
   Yo, que estaba comiendo ciertos tronchos de berzas, con los cuales me desayuné, con mucha diligencia, como mozo nuevo, sin ser visto de mi amo, torné a casa, de la cual pensé barrer alguna parte, que era bien menester, mas no hallé con qué. Púseme a pensar qué haría, y parecióme esperar a mi amo hasta que el día demediase y si viniese y por ventura trajese algo que comiésemos; mas en vano fue mi experiencia.
   Desque vi ser las dos y no venía y la hambre me aquejaba, cierro mi puerta y pongo la llave donde mandó, y tórnome a mi menester. Con baja y enferma voz e inclinadas mis manos en los senos, puesto Dios ante mis ojos y la lengua en su nombre, comienzo a pedir pan por las puertas y casas más grandes que me parecía. Mas como yo este oficio le hubiese mamado en la leche, quiero decir que con el gran maestro el ciego lo aprendí, tan suficiente discípulo salí que, aunque en este pueblo no había caridad ni el año fuese muy abundante, tan buena maña me di que, antes que el reloj diese las cuatro, ya yo tenía otras tantas libras de pan ensiladas en el cuerpo y más de otras dos en las mangas y senos. Volvíme a la posada y al pasar por la tripería pedí a una de aquellas mujeres, y diome un pedazo de uña de vaca con otras pocas de tripas cocidas.
   Cuando llegué a casa, ya el bueno de mi amo estaba en ella, doblada su capa y puesta en el poyo, y él paseándose por el patio. Como entro, vínose para mí. Pensé que me quería reñir la tardanza, mas mejor lo hizo Dios. Preguntóme de dónde venía. Yo le dije:
--Señor, hasta que dio las dos estuve aquí, y de que vi que V.M. no venía, fuime por esa ciudad a encomendarme a las buenas gentes, y hanme dado esto que veis.
   Mostréle el pan y las tripas que en un cabo de la halda traía, a lo cual él mostró buen semblante y dijo:  "Pues esperado te he a comer, y de que vi que no veniste, comí. Mas tú haces como hombre de bien en eso, que más vale pedirlo por Dios que no hurtarlo, y así Él me ayude como ello me parece bien. Y solamente te encomiendo no sepan que vives comigo, por lo que toca a mi honra, aunque bien creo que será secreto, según lo poco que en este pueblo soy conocido. ¡Nunca a él yo hubiera de venir!".
--De eso pierda, señor, cuidado -le dije yo-, que maldito aquél que ninguno tiene de pedirme esa cuenta ni yo de dalla.
--Ahora, pues, come, pecador. Que, si a Dios place, presto nos veremos sin necesidad; aunque te digo que después que en esta casa entré, nunca bien me ha ido. Debe ser de mal suelo, que hay casas desdichadas y de mal pie, que a los que viven en ellas pegan la desdicha. Ésta debe de ser sin duda de ellas; mas yo te prometo, acabado el mes, no quede en ella aunque me la den por mía.
  Sentéme al cabo del poyo y, porque no me tuviese por glotón, callé la merienda; y comienzo a cenar y morder en mis tripas y pan, y disimuladamente miraba al desventurado señor mío, que no partía sus ojos de mis faldas, que aquella sazón servían de plato. Tanta lástima haya Dios de mí como yo había dél, porque sentí lo que sentía, y muchas veces había por ello pasado y pasaba cada día. Pensaba si sería bien comedirme a convidarle; mas por me haber dicho que había comido, temía me no aceptaría el convite. Finalmente, yo deseaba aquel pecador ayudase a su trabajo del mío, y se desayunase como el día antes hizo, pues había mejor aparejo, por ser mejor la vianda y menos mi hambre.
   Quiso Dios cumplir mi deseo, y aun pienso que el suyo, porque, como comencé a comer y él se andaba paseando, llegóse a mí y díjome: "Dígote, Lázaro, que tienes en comer la mejor gracia que en mi vida vi a hombre, y que nadie te lo verá hacer que no le pongas gana aunque no la tenga".
   "La muy buena que tú tienes -dije yo entre mí- te hace parecer la mía hermosa".
   Con todo, parecióme ayudarle, pues se ayudaba y me abría camino para ello, y díjele:
--Señor, el buen aparejo hace buen artífice. Este pan está sabrosísimo y esta uña de vaca tan bien cocida y sazonada, que no habrá a quien no convide con su sabor.
--¿Uña de vaca es? 
--Sí, señor.
--Dígote que es el mejor bocado del mundo, que no hay faisán que así me sepa.
--Pues pruebe, señor, y verá qué tal está.
   Póngole en las uñas la otra y tres o cuatro raciones de pan de lo más blanco y asentóseme al lado, y comienza a comer como aquel que lo había gana, royendo cada huesecillo de aquéllos mejor que un galgo suyo lo hiciera.
--Con almodrote -decía- es este singular manjar.
"Con mejor salsa lo comes tú", respondí yo paso.
--Por Dios, que me ha sabido como si hoy no hubiera comido bocado.
   "¡Así me vengan los buenos años como es ello!" -dije yo entre mí.
   Pidióme el jarro del agua y díselo como lo había traído. Es señal que, pues no le faltaba el agua, que no le había a mi amo sobrado la comida. Bebimos, y muy contentos nos fuimos a dormir como la noche pasada.
   Y por evitar prolijidad, desta manera estuvimos ocho o diez días, yéndose el pecador en la mañana con aquel contento y paso contado a papar aire por las calles, teniendo en el pobre Lázaro una cabeza de lobo. Contemplaba yo muchas veces mi desastre, que escapando de los amos ruines que había tenido y buscando mejoría, viniese a topar con quien no solo no me mantuviese, mas a quien yo había de mantener.
   Con todo, le quería bien, con ver que no tenía ni podía más, y antes le había lástima que enemistad; y muchas veces, por llevar a la posada con que él lo pasase, yo lo pasaba mal. Porque una mañana, levantándose el triste en camisa, subió a lo alto de la casa a hacer sus menesteres, y en tanto yo, por salir de sospecha, desenvolvíle el jubón y las calzas que a la cabecera dejó, y hallé una bolsilla de terciopelo raso hecho cien dobleces y sin maldita la blanca ni señal que la hobiese tenido mucho tiempo.
   "Éste -decía yo- es pobre y nadie da lo que no tiene. Mas el avariento ciego y el malaventurado mezquino clérigo que, con dárselo Dios a ambos, al uno de mano besada y al otro de lengua suelta, me mataban de hambre, aquéllos es justo desamar y aquéste de haber mancilla".
   Dios es testigo que hoy día, cuando topo con alguno de su hábito, con aquel paso y pompa, le tengo lástima, con pensar si padece lo que aquél le vi sufrir; al cual con toda su pobreza holgaría de servir más que a los otros por lo que he dicho. Sólo tenía de él un poco de descontento: que quisiera yo no tuviera tanta presunción, mas que abajara un poco su fantasía con lo mucho que subía su necesidad. Mas, según me parece, es regla ya entre ellos usada y guardada; aunque no haya cornado de trueco, ha de andar el birrete en su lugar. El Señor lo remedie, que ya con este mal han de morir.
   Pues, estando yo en tal estado, pasando la vida que digo, quiso mi mala fortuna, que de perseguirme no era satisfecha, que en aquella trabajada y vergonzosa vivienda no durase. Y fue, como el año en esta tierra fuese estéril de pan, acordaron el Ayuntamiento que todos los pobres extranjeros se fuesen de la ciudad, con pregón que el que de allí adelante topasen fuese punido con azotes. Y así, ejecutando la ley, desde a cuatro días que el pregón se dio, vi llevar una procesión de pobres azotando por las Cuatro Calles, lo cual me puso tan gran espanto, que nunca osé desmandarme a demandar.

   Aquí viera, quien vello pudiera, la abstinencia de mi casa y la tristeza y silencio de los moradores, tanto que nos acaeció estar dos o tres días sin comer bocado ni hablar palabra. A mí diéronme la vida unas mujercillas hilanderas de algodón, que hacían bonetes y vivían par de nosotros, con las cuales yo tuve vecindad y conocimiento. Que, de la lacería que les traían, me daban alguna cosilla, con la cual muy pasado me pasaba.
   Y no tenía tanta lástima de mí como del lastimado de mi amo, que en ocho días maldito el bocado que comió. A lo menos en casa bien los estuvimos sin comer. No sé yo cómo o dónde andaba y qué comía. ¡Y velle venir a mediodía la calle abajo con estirado cuerpo, más largo que galgo de buena casta! Y por lo que toca a su negra que dicen honra, tomaba una paja, de las que aun asaz no había en casa, y salía a la puerta escarbando los que nada entre sí tenían, quejándose todavía de aquel mal solar, diciendo
   -Malo está de ver, que la desdicha de esta vivienda lo hace. Como ves, es lóbrega, triste, oscura. Mientras aquí estuviéremos, hemos de padecer. Ya deseo se acabe este mes por salir de ella.
   Pues estando en esta afligida y hambrienta persecución, un día, no sé por cuál dicha o ventura, en el pobre poder de mi amo entró un real, con el cual él vino a casa tan ufano como si tuviera el tesoro de Venecia, y con gesto muy alegre y risueño me lo dio, diciendo:
   -Toma, Lázaro, que Dios ya va abriendo su mano. Ve a la plaza y merca pan y vino y carne: ¡quebremos el ojo al diablo! Y más te hago saber, porque te huelgues: que he alquilado otra casa y en ésta desastrada no hemos de estar más de en cumpliendo el mes. ¡Maldita sea ella y el que en ella puso la primera teja, que con mal en ella entré! Por nuestro Señor, cuanto ha que en ella vivo, gota de vino ni bocado de carne no he comido, ni he habido descanso ninguno; mas ¡tal vista tiene y tal oscuridad y tristeza! Ve y ven presto y comamos hoy como condes.
   Tomo mi real y jarro y, a los pies dándoles prisa, comienzo a subir mi calle encaminando mis pasos para la plaza, muy contento y alegre. Mas, ¿qué me aprovecha, si está constituido en mi triste fortuna que ningún gozo me venga sin zozobra? Y así fue éste, porque, yendo la calle arriba, echando mi cuenta en lo que le emplearía que fuese mejor y más provechosamente gastado, dando infinitas gracias a Dios que a mi amo había hecho con dinero, a deshora me vino al encuentro un muerto, que por la calle abajo muchos clérigos y gente que en unas andas traían. Arriméme a la pared por darles lugar, y, desque el cuerpo pasó, venía luego a par del lecho una que debía ser su mujer del difunto, cargada de luto, y con ella otras muchas mujeres; la cual iba llorando a grandes voces y diciendo:
   -Marido y señor mío, ¿adónde os me llevan? ¡A la casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y oscura, a la casa donde nunca comen ni beben!
   Yo, que aquello oí, juntóseme el cielo con la tierra, y dije:
   "¡Oh desdichado de mí, para mi casa llevan este muerto!".
   Dejo el camino que llevaba, y hendí por medio de la gente, y vuelvo por la calle abajo a todo el más correr que pude para mi casa. Y entrando en ella, cierro a grande priesa, invocando el auxilio y favor de mi amo, abrazándome de él, que me venga a ayudar y a defender la entrada. El cual, algo alterado, pensando que fuese otra cosa, me dijo:
   -¿Qué es eso, mozo? ¿Qué voces das? ¿Qué has? ¿Por qué cierras la puerta con tal furia?
   -¡Oh señor -dije yo-, acuda aquí, que nos traen acá un muerto.
   -¿Cómo así? -respondió él.
   -Aquí arriba lo encontré y venía diciendo su mujer: "Marido y señor mío, ¿adónde os llevan? ¡A la casa lóbrega y oscura, a la casa triste y desdichada, a la casa donde nunca comen ni beben!". Acá, señor, nos le traen.
   Y ciertamente, cuando mi amo esto oyó, aunque no tenía por qué estar muy risueño, rio tanto que muy gran rato estuvo sin poder hablar. En este tiempo tenía ya yo echada el aldaba a la puerta y puesto el hombro en ella por más defensa. Pasó la gente con su muerto, y yo todavía me recelaba que nos le habían de meter en casa. Y, desque fue ya más harto de reír que de comer, el bueno de mi amo, díjome:
   -Verdad es, Lázaro, según la viuda lo va diciendo, tú tuviste razón de pensar lo que pensaste; mas, pues Dios lo ha hecho mejor y pasan adelante, abre, abre y ve por de comer.
   -Dejálos, señor, acaben de pasar la calle -dije yo.
   Al fin vino mi amo a la puerta de la calle, y ábrela esforzándome, que bien era menester, según el miedo y alteración, y me torno a encaminar. Mas, aunque comimos bien aquel día, maldito el gusto yo tomaba en ello. Ni en aquellos tres días torné en mi color. Y mi amo, muy risueño todas las veces que se le acordaba aquella mi consideración.
   De esta manera estuve con mi tercero y pobre amo, que fue este escudero, algunos días, y en todos deseando saber la intención de su venida y estada en esta tierra; porque, desde el primer día que con él asenté, le conocí ser extranjero, por el poco conocimiento y trato que con los naturales de ella tenía.
   Al fin se cumplió mi deseo y supe lo que deseaba; porque, un día que habíamos comido razonablemente y estaba algo contento, contóme su hacienda y díjome ser de Castilla la Vieja, y que había dejado su tierra no más de por no quitar el bonete a un caballero, su vecino.
   -Señor -dije yo-, si él era lo que decía y tenía más que vos, ¿no errábades en no quitárselo primero, pues decís que él también os lo quitaba?
   -Sí es y sí tiene, y también me lo quitaba él a mí; mas, de cuantas veces yo se le quitaba primero, no fuera malo comedirse él alguna y ganarme por la mano.
   -Paréceme, señor -le dije yo-, que en eso no mirara, mayormente con mis mayores que yo y que tienen más.
   -Eres muchacho -me respondió- y no sientes las cosas de honra, en que el día de hoy está todo el caudal de los hombres de bien. Pues te hago saber que yo soy, como ves, un escudero; mas ¡vótote a Dios!, si al Conde topo en la calle y no me quita muy bien quitado del todo el bonete, que otra vez que venga, me sepa yo entrar en una casa, fingiendo yo en ella algún negocio, o atravesar otra calle, si la hay, antes que llegue a mí, por no quitárselo. Que un hidalgo no debe a otro que a Dios y al rey nada, ni es justo, siendo hombre de bien, se descuide un punto de tener en mucho su persona. Acuérdome que un día deshonré en mi tierra a un oficial y quise poner en él las manos, porque cada vez que le topaba, me decía: "Mantenga Dios a Vuestra Merced". "Vos, don villano ruin -le dije yo-, ¿por qué no sois bien criado? ¿Manténgaos Dios, me habéis de decir, como si fuese quienquiera?". De allí adelante, de aquí acullá, me quitaba el bonete y hablaba como debía.
   ¿Y no es buena manera de saludar un hombre a otro -dije yo- decirle que le mantenga Dios?
   -¡Mira, mucho de enhoramala! -dijo él-. A los hombres de poca arte dicen eso; mas a los más altos, como yo, no les han de hablar menos de: "Beso las manos de Vuestra Merced", o por lo menos: "Bésoos, señor, las manos", si el que me habla es caballero. Y así, de aquél de mi tierra que me atestaba de mantenimiento, nunca más le quise sufrir, ni sufriría ni sufriré a hombre del mundo, del rey abajo, que: "Manténgaos Dios", me diga.
   "Pecador de mí -dije yo-, por eso tiene tan poco cuidado de mantenerte, pues no sufres que nadie se lo ruegue".
   -Mayormente -dijo- que no soy tan pobre que no tengo en mi tierra un solar de casas, que, a estar ellas en pie y bien labradas, dieciséis leguas de donde nací, en aquella Costanilla de Valladolid, valdrían más de doscientas veces mil maravedís, según se podrían hacer grandes y buenas. Y tengo un palomar que, a no estar derribado como está, daría cada año más de doscientos palominos. Y otras cosas que me callo, que dejé por lo que tocaba a mi honra; y vine a esta ciudad pensando que hallaría un buen asiento; mas no me ha sucedido como pensé. Canónigos y señores de la iglesia muchos hallo; mas es gente tan limitada que no los sacarán de su paso todo el mundo. Caballeros de media talla también me ruegan; mas servir a éstos es gran trabajo, porque de hombre os habéis de convertir en malilla, y, si no, "andad con Dios" os dicen. Y las más veces son los pagamentos a largos plazos, y las más y las más ciertas, comido por servido. Ya, cuando quieren reformar consciencia y satisfaceros vuestros sudores, sois librado en la recámara, en un sudado jubón o raída capa o sayo. Ya, cuando asienta un hombre con un señor de título, todavía pasa su lacería. Pues por ventura ¿no hay en mí habilidad para servir y contentar a éstos? Por Dios, si con él topase, muy gran su privado pienso que fuese, y que mil servicios le hiciese, porque yo sabría mentille tan bien como otro y agradalle a las mil maravillas. Reílle ya mucho sus donaires y costumbres, aunque no fuesen las mejores del mundo; nunca decille cosa con que le pesase, aunque mucho le cumpliese; ser muy diligente en su persona, en dicho y hecho; no me matar por no hacer bien las cosas que él no había de ver, y ponerme a reñir, donde él lo oyese, con la gente de servicio, porque pareciese tener gran cuidado de lo que a él tocaba. Si riñese con algún su criado, dar unos puntillos agudos para encenderle la ira y que pareciesen en favor del culpado; decirle bien de lo que bien le estuviese y, por el contrario, ser malicioso, mofador, malsinar a los de casa, y a los de fuera pesquisar y procurar de saber vidas ajenas para contárselas, y otras muchas galas de esta calidad que hoy día se usan en palacio y a los señores de él parecen bien; y no quieren ver en sus casas hombres virtuosos, antes los aborrecen y tienen en poco y llaman necios y que no son personas de negocios, ni con quien el señor se puede descuidar. Y con éstos los astutos usan, como digo, el día de hoy, de lo que yo usaría; mas no quiere mi ventura que le halle.
   De esta manera lamentaba tan bien su adversa fortuna mi amo, dándome relación de su persona valerosa.
   Pues, estando en esto, entró por la puerta un hombre y una vieja. El hombre le pide el alquiler de la casa y la vieja el de la cama. Hacen cuenta, y de dos en dos meses le alcanzaron lo que él en un año no alcanzara. Pienso que fueron doce o trece reales. Y él les dio muy buena respuesta: que saldría a la plaza a trocar una pieza de a dos y que a la tarde volviesen; mas su salida fue sin vuelta.
   Por manera que a la tarde ellos volvieron; mas fue tarde. Yo les dije que aún no era venido. Venida la noche y él no, yo hube miedo de quedar en casa solo, y fuime a las vecinas y contéles el caso y allí dormí.
   Venida la mañana, los acreedores vuelven y preguntan por el vecino; mas a esta otra puerta. Las mujeres le responden:
   -Veis aquí su mozo y la llave de la puerta.
   Ellos me preguntaron por él, y díjele que no sabía adónde estaba, y que tampoco había vuelto a casa desque salió a trocar la pieza, y que pensaba que de mí y de ellos se había ido con el trueco.
   De que esto me oyeron, van por un alguacil y un escribano. Y helos do vuelven luego con ellos, y toman la llave, y llámanme, y llaman testigos, y abren la puerta y entran a embargar la hacienda de mi amo hasta ser pagados de su deuda. Anduvieron toda la casa y halláronla desembarazada, como he contado, y dícenme:
   -¿Qué es de la hacienda de tu amo, sus arcas y paños de pared y alhajas de casa?
   -No sé yo eso -le respondí.
   -Sin duda -dicen ellos- esta noche lo deben de haber alzado y llevado a alguna parte. Señor alguacil, prended a este mozo, que él sabe dónde está.
   En esto vino el alguacil y echóme mano por el collar del jubón, diciendo:
   -Muchacho, tú eres preso, si no descubres los bienes de este tu amo.
   Yo, como en otra tal no me hubiese visto (porque asido del collar sí había sido muchas e infinitas veces, mas era mansamente de él trabado, para que mostrase el camino al que no veía), yo hube mucho miedo y, llorando, prometíle de decir lo que me preguntaban.
   -Bien está -dicen ellos-. Pues di todo lo que sabes y no hayas temor.
   Sentóse el escribano en un poyo para escribir el inventario, preguntándome qué tenía.
   -Señores -dije yo-, lo que este mi amo tiene, según él me dijo, es un muy buen solar de casas y un palomar derribado.
   -Bien está -dicen ellos-; por poco que eso valga, hay para nos entregar de la deuda. ¿Y a qué parte de la ciudad tiene eso? -me preguntaron.
   -En su tierra -les respondí.
   -Por Dios, que está bueno el negocio -dijeron ellos-. ¿Y adónde es su tierra?
   -De Castilla la Vieja me dijo él que era -le dije.
   Riéronse mucho el alguacil y el escribano, diciendo:
   -Bastante relación es ésta para cobrar vuestra deuda, aunque mejor fuese.
   Las vecinas, que estaban presentes, dijeron:
   -Señores, éste es un niño inocente y ha pocos días que está con ese escudero y no sabe de él más que vuestras mercedes; sino cuanto el pecadorcico se llega aquí a nuestra casa, y le damos de comer lo que podemos por amor de Dios, y a las noches se iba a dormir con él.
   Vista mi inocencia, dejáronme, dándome por libre. Y el alguacil y el escribano piden al hombre y a la mujer sus derechos. Sobre lo cual tuvieron gran contienda y ruido, porque ellos alegaron no ser obligados a pagar, pues no había de qué ni se hacía el embargo. Los otros decían que habían dejado de ir a otro negocio, que les importaba más, por venir a aquél.
   Finalmente, después de dadas muchas voces, al cabo carga un porquerón con el viejo alfamar de la vieja, aunque no iba muy cargado, allá van todos cinco dando voces. No sé en qué paró. Creo yo que el pecador alfamar pagara por todos. Y bien se empleaba, pues el tiempo que había de reposar y descansar de los trabajos pasados, se andaba alquilando.
   Así, como he contado, me dejó mi pobre tercero amo, do acabé de conocer mi ruin dicha, pues, señalándose todo lo que podía contra mí, hacía mis negocios tan al revés, que los amos, que suelen ser dejados de los mozos, en mí no fuese así, mas que mi amo me dejase y huyese de mí.

ACTIVIDADES:
1. ¿Cómo se va estableciendo la relación entre Lázaro y el escudero? Analiza los distintos momentos.
2. El tema principal es el de la HONRA: ¿cómo va apareciendo? (Pon ejemplos: hechos, palabras, situaciones).
3. Recoge los fragmentos en que Lázaro reflexiona sobre el escudero y su actitud. Coméntalos.
4. Aspectos de la realidad social que aparecen en el Tratado, con ejemplos.
5. Aspectos humorísticos: pon ejemplos y coméntalos.
6. Comenta el tema del HAMBRE, poniéndolo en relación con los dos tratados anteriores.
7. ¿Cómo se contempla Lázaro a sí mismo en este Tratado? Ejemplos.
8. Describe a los personajes que aparecen, centrándote (resulta evidente) en Lázaro y en el escudero.
9. CREACIÓN. Como has visto, Lázaro habla mucho para sí mismo; empleando esta técnica, escribe un breve texto en el que aparezcan sus pensamientos mientras recorre la casa, cuando su amo lo ha dejado solo.
POR SUPUESTO, TODOS LOS EJERCICIOS SON INDIVIDUALES Y TRABAJADOS PERSONALMENTE, SIN COPIAR DE NINGÚN SITIO.

El trabajo debe basarse, fundamentalmente, en la comprensión y en la reflexión. Debe ser escrito con claridad, con tres partes principales: a) Introducción (de qué tratado se trata, qué aspectos se van a tratar, de cuántos apartados y subapartados se compone, etc.), Cuerpo (exposición ordenada de los distintos temas), y Resumen-Valoración.
Puedes trabajar con fichas, en las que aparecerán los distintos apartados y la indicación de páginas y ejemplos del Tratado; también aparecerán ahí tus conclusiones. Serán como un borrador, para, posteriormente, redactar el trabajo.